Luego de la eliminación de La Bicolor en el proceso clasificatorio rumbo al Mundial 2026, ha llegado el momento de analizar cual es el real problema del balompié nacional.

En el fútbol, los cambios pueden definir un partido. A veces son determinantes, como cuando Juan Reynoso decidió el ingreso de Raúl Ruidíaz frente a Brasil y el resultado fue un fiasco, o cuando André Carrillo entró ante Canadá en la Copa América 2024 y no cambió la dinámica del encuentro. En el campo, un cambio puede significar victoria o derrota.
Pero hubo un cambio mucho más trascendental que cualquier sustitución dentro de los 90 minutos. En diciembre de 2018, Edwin Oviedo dejó la presidencia de la Federación Peruana de Fútbol (FPF) por asuntos legales y asumió Agustín Lozano. Ese, sin dudas, fue el peor cambio de la historia del fútbol peruano.
Con Oviedo, pese a las sombras judiciales, existía un proyecto: la continuidad de Ricardo Gareca tras la clasificación a Rusia 2018 y una gestión que entendía la importancia de sostener un proceso. Con Lozano, se pasó del intento de construir a simplemente buscar mantenerse en el poder. Y el segundo error no tardó en llegar: no renovar el contrato de Gareca después de las Eliminatorias rumbo a Qatar 2022, donde caímos en el repechaje contra Australia. El “Tigre” había devuelto al país a un Mundial después de 36 años, había instaurado un estilo y recuperado el respeto internacional. Su salida fue el inicio de una travesía sin timón.

Lo peor es que no se trata solo de la selección mayor. Bajo la actual gestión no se ha hecho nada para reformar la estructura del fútbol peruano: no hay un plan real para el desarrollo de menores, los clubes carecen de centros de entrenamiento adecuados y los estadios siguen en condiciones deplorables. Todo se redujo a promesas vacías y reelecciones sin sustento, consolidando un camino sin rumbo.
Los resultados lo demuestran: fracasos en todas las categorías (sub 17, sub 20, sub 23), clubes eliminados sin competir en torneos internacionales (con excepción de esta temporada) y una selección mayor que perdió identidad. Mientras tanto, la dirigencia celebra victorias políticas que nada tienen que ver con el desarrollo del deporte.
En el fútbol, un cambio mal hecho dentro del campo puede costar un partido. Pero el cambio dirigencial de 2018 le está costando al Perú algo mucho más grande: el retroceso histórico de nuestro balompié y la amenaza de condenarlo a la irrelevancia por muchos años más.